· 

¿QUIÉN ESTÁ EN CRISIS, LA TIERRA O TU SALUD?

 

La conexión humana con la naturaleza y la idea de que esto podría ser un componente de buena salud tienen una larga y fascinante historia en filosofía, arte y cultura popular. Somos biofílicos por naturaleza, es decir, tenemos una afiliación emocional innata a otros organismos, ya que evolutivamente nuestra supervivencia ha dependido de la conexión estrecha con el ambiente, las plantas y los animales. Estar cerca de la naturaleza tiene un efecto terapéutico muy importante, desde la simple experiencia física placentera, hasta una menor incidencia de enfermedades, incremento de la memoria y un menor riesgo de depresión y de enfermedades relacionadas con el estrés. Sin olvidar que día tras día dependemos de los ecosistemas para la disponibilidad de alimentos y agua adecuados, y para la regulación de enfermedades de vectores, plagas y patógenos.

 

Por otro lado, son cada vez más, los profesionales de la salud que reconocen que los determinantes sociales de la salud, incluidos dónde nacemos, vivimos, trabajamos, jugamos y envejecemos, en conjunto tienen un impacto mucho mayor en nuestra salud que el propio sistema de prestación de servicios de salud. Así pues, según un artículo de la revista Forbes, se estima que los servicios de atención de salud influyen solo un 10% en la longevidad, mientras que los factores sociales y ambientales representan un 20%, la genética el 30% y los comportamientos individuales un 40% (1).

 

Pese a esta clara dependencia, en los últimos 50 años, los seres humanos hemos modificado los ecosistemas más rápidamente y de manera más extensa que en cualquier período de tiempo comparable en la historia humana. Esto ha desembocado en una pérdida sustancial y en gran medida irreversible en la diversidad de la vida en la Tierra, pero también en un deterioro de nuestra salud, tal como lo muestra un informe de 2015 de la “Commission on Pollution and Health” (2), en donde se constató que la contaminación es la mayor causa ambiental de enfermedades y muerte prematura a nivel mundial, siendo responsable de  un 16% de todas las muertes en el mundo.

 

Este desorden ecológico, refleja un desorden previo de nuestra mente y de la forma en que pensamos. En el libro The medicine of the moon and the Sun (3) , se dice por ejemplo que para los chinos,  la salud se entiende como el estado natural o normal de todos los seres vivos. Para ponerse enfermo, señala el autor, la persona debe destruir su propia salud tanto de forma objetiva como colectiva. La enfermedad, es descrita como un síntoma, un símbolo de ignorancia, negligencia, de perturbación de los procesos naturales, ya que la salud descansa en el simple concepto de armonía universal. Aquella persona que rompe las reglas no está destruyendo los ritmos infinitos de la vida, sino inhibiendo el suministro de vitalidad hacia su propio cuerpo, privándose por tanto a sí mismo del intercambio adecuado de energía universal.

 

¿Tan mal lo estamos haciendo?

La realidad demuestra que cuanto más crecen las economías, más consumimos, mayor destrucción causamos y menos nos preocupamos por mantener una relación perdurable con nuestro entorno natural. Así, la contaminación de la tierra, el aire, el agua y los alimentos que nos dan vida es realmente un subproducto de nuestro progreso industrial, que a su vez se sustenta en nuestros hábitos como consumidores. Usualmente aceptamos que lo que necesitamos ahora es más importante, y ya que no estaremos aquí mucho tiempo, le dejamos a los que están por venir la tarea de enfrentar las consecuencias de nuestras elecciones. No obstante, la ley de causa y efecto aunque no siempre es inmediata o aparente, nos recuerda que los receptores últimos de la contaminación somos nosotros y que las consecuencias las estamos viviendo aquí y ahora en forma de enfermedades crónicas y una cada vez menor calidad de agua, aire y alimentos. Estamos por tanto viviendo un momento de crisis, pero crisis quizá desde el significado griego de la palabra, que significa momento decisivo, lo cual describe mejor la situación en la que nos encontramos.

 

Gran parte del problema hoy en día es que se están usando químicos sintéticos que no se encuentran naturalmente en ningún lugar en la Tierra, y ni la Tierra ni la raza humana saben cómo descomponer estas sustancias. Algunos pesticidas organoclorados son ejemplo de esto. De acuerdo con la “Commission on Pollution and Health”, se estima que 140.000 nuevos productos químicos y pesticidas se han inventado desde 1950, y muchos están ampliamente diseminados en el medio ambiente, siendo la exposición a estos casi universal.

 

El problema radica en que estas sustancias tóxicas tienen que ser desintoxicadas en el cuerpo. Nuestras células suelen estar a la altura de esta tarea, pero el proceso requiere un suministro bastante rico de muchos nutrientes. Directa o indirectamente, necesitamos una reserva saludable de los minerales azufre, zinc, cobre, vitaminas B (colina, ácido fólico, B6 y B12), algunos aminoácidos y otros nutrientes para desintoxicar estas toxinas del cuerpo. Si no tenemos suficiente de estos nutrientes, lo más probable es que estas sustancias químicas se acumulen en nuestros cuerpos mucho más tiempo del deseado, razón por la cual muchas personas se sienten agotadas o con falta de vitalidad. Existe además un peligro oculto, debido a la exposición repetida a pequeñas dosis en el tiempo a causa de un uso regular y también al efecto combinado de todas las sustancias a las cuales estamos expuestos. Nuestro cuerpo aún no dispone de las enzimas para metabolizar y excretar estas sustancias y en realidad no se sabe a ciencia cierta su impacto en la salud, pues las dosis legales solo muestran la respuesta inmediata a grandes dosis de un adulto saludable, no el impacto a largo plazo ni en sectores más sensibles como mujeres, niños, ancianos y personas que ya están enfermas (4).

 

Mientras continuemos contaminando más y más la tierra debemos entender que esto también deteriora nuestra salud. Por ejemplo, el mercurio que tiramos al mar vuelve a nosotros en forma de pescado y la polución sobre la capa de ozono y el nivel de radiación en el aire, hace que ahora tengamos que llevar gafas de sol especiales, usar cremas protectoras y en algunos lugares incluso usar máscaras para filtrar el aire. Sin olvidar que factores ambientales como la nutrición o tóxicos como los disruptores endocrinos tienen la capacidad de alterar el epigenoma no sólo en el individuo expuesto sino también en subsecuentes generaciones (5). Otro tema igualmente preocupante es nuestro consumo excesivo de plásticos, los cuales contienen unos agentes químicos denominados xenoestrogenos que pueden actuar como reguladores estrógenicos, por lo que se consideran como factores de riesgo para la salud, tanto de especies silvestres, como para los humanos (6). Adicional a esto, la gran cantidad de plástico desechado ha provocado la creación de una gigantesca isla de basura en el Océano Pacífico que de acuerdo a un estudio reciente de la revista Nature (7), se expande ya por unos 1,6 millones de Km2 —es decir, casi tres veces el tamaño de Francia y contiene cerca de 80.000 toneladas de plástico.

 

De igual manera los alimentos y su sistema productivo nos afectan simultáneamente al planeta y a nosotros los humanos.  Una investigación reciente publicada por el periódico The Guardian muestra que mientras que la carne y los lácteos proporcionan solo el 18% de calorías y el 37% de proteínas, utiliza la gran mayoría (83%) de las tierras de cultivo y producen el 60% de las emisiones de gases de efecto invernadero de la agricultura. Este mismo artículo menciona que el 86% de todos los mamíferos que habitan la Tierra son ahora o ganado o humanos (8). Por otro lado, la organización ambientalista WWF indica que “vivimos en una paradoja en lo que a producción alimentaria se refiere: 1.400 millones de personas sufren sobrepeso mientras 795 millones sufren desnutrición en el mundo y solo en los hogares de la UE tiramos el 30% de los alimentos por razones estéticas o por una mala planificación de la compra, sin tener en cuenta los elevados costes ambientales que esto genera” (9).

 

¿Existe alguna solución?

Como hemos visto hasta ahora el comportamiento humano es la causa más inmediata de muchas de las consecuencias para el medio ambiente y por tanto de los efectos de esta contaminación sobre nuestro cuerpo. Para una buena salud a largo plazo, es importante repensar y aprender a cuidar de nuestro cuerpo en relación con el mundo desde una edad muy temprana. Quizá sea hora de empezar a prestar más atención a nuestras actuaciones diarias y  cambiar nuestra percepción de una sociedad de “EGO” por otra más “ECO”. La Tierra no es un bien que poseemos, es un bien que compartimos con los demás seres vivos y del que dependemos para nuestro bienestar.

 

No se puede vivir bien si las demás personas viven mal, o si se daña a la naturaleza o si los demás seres vivos (humanos y no humanos) se consideran como inferiores. Todo ser vivo tiene derecho a vivir en paz, y depende de las personas hacer esto posible. Se trata de vivir la vida en plenitud tal como lo plantea el buen vivir constitucional de Ecuador y Bolivia. Esto quiere decir saber vivir en armonía y equilibrio con los ciclos de la Tierra, de la vida y de la historia. Vivir Bien significa comprender que el deterioro de una especie es el deterioro del conjunto por lo que nuestro cuidado es el cuidado del conjunto, del todo, de la comunidad y de la naturaleza.

 

Queremos cuidar de este planeta para disfrutar de la luz del sol, respirar aire limpio, tener agua de calidad para beber y ser capaces de caminar en la naturaleza y hablar con los árboles y los animales. Necesitamos crear un ambiente habitable que abarque espacios verdes, incorpore la naturaleza en entornos urbanos y modele el desarrollo y la planificación teniendo en cuenta la salud y el bienestar. Los diseñadores deben comprometerse con leyes naturales para producir por ejemplo, telas que no contengan productos químicos tóxicos; calzado deportivo con materiales infinitamente reciclables, geles de ducha y cosméticos que vuelvan a los sistemas de agua y comiencen a biodegradarse. Como consumidores también podemos hacer mucho, empezando por limitar nuestro consumo a lo verdaderamente esencial así como participando y promoviendo iniciativas más éticas y ambientalmente más sostenibles tales como: los grupos autogestionados de consumo de productos ecológicos, los bancos de tiempo, las tiendas sin costes, el disfrute de la naturaleza de una forma respetuosa, los grupos de crianza, las monedas locales, las redes de trueque, el movimiento de ciudades lentas y en general aquellas iniciativas que potencien el apoyo mutuo, las relaciones de vecindad y la participación en la toma de decisiones que afectan a la comunidad.

 

Acciones concretas tales como reducir el consumo de productos animales ofrece beneficios ambientales y de salud mucho mejores que tratar de comprar carne y productos lácteos sostenibles. En el artículo publicado por The Guardian  se concluye que una dieta vegana es probablemente la mejor forma de reducir nuestro impacto en el planeta Tierra. No se trata de que todos nos volvamos veganos de la noche a la mañana, pero dada la crisis global de obesidad y desnutrición, cambiar las dietas comiendo menos carnes rojas y más vegetales y frutas tiene un gran potencial de hacernos más saludables a nosotros y al planeta. No debemos olvidar que la manera como nos alimentamos influencia nuestra vida, vitalidad y longevidad y puede además sentar las bases para nuestras actitudes y actividades diarias. Recuerda que buena comida se traduce en buenos pensamientos y finalmente en buenas acciones. Es indispensable también mantener una actitud positiva hacia la vida con una maravillosa imagen de lo que somos, evitando las preocupaciones y dejando que nuestros problemas se limpien con risa, lágrimas, trabajo duro y una actitud interna de fe y propósito. Es necesario también aceptar y realzar el cambio de edad, de funciones, de fuerza y vitalidad con elegancia, alegría y danza de vida, como bendiciones y guías en nuestra vida más que con resistencia y rechazo. Flexibilidad es la llave para una vida plena del cuerpo, las emociones y el espíritu.

 

En los lugares en los que las personas comúnmente viven más de 100 años, viven en un medio ambiente ecológicamente más limpio, trabajan la tierra, tienen aire puro, tienen menos estrés y se encargan de cuidar a las personas mayores, quienes necesitan una auto percepción más positiva y un propósito (sentirse conectados y necesitados, no aislados) para desear seguir viviendo. Estas personas comen alimentos frescos cosechados por ellos de acuerdo con los ciclos anuales de la Tierra. Porque cuando vivimos en sintonía con la naturaleza estamos perpetuando y manifestando en nosotros mismos su fuerza, vitalidad, resistencia y reverencia por la vida.

 

Referencias

  1. The science behind how nature affects your health. Forbes 
  2. Pollution and Global Health – An Agenda for Prevention: EHP 
  3. Medicine of the Sun & Moon. Manly P. Hall. Published January 1st 1999 by Philosophical Research Society.
  4. Staying Healthy with Nutrition, rev: The Complete Guide to Diet and Nutritional Medicine. Elson M. Haas,  Buck Levin. Published September 1st 2006 by Celestial Arts (first published 1992).
  5. Epigenetic transgenerational actions of environmental factors in disease etiology. PubMed
  6.  Xenoestrógenos: función y efectos. Research Gate
  7. Evidence that the Great Pacific Garbage Patch is rapidly accumulating plastic. Nature
  8.   Avoiding meat and dairy is ‘single biggest way’ to reduce your impact on Earth. The Guardian
  9. La dieta occidental agota los recursos rápidamente.Si todo el mundo viviese como un europeo, necesitaríamos el equivalente a 2,7 planetas. WWF